Podríamos definir la empatía como la capacidad que permite saber ponerse en lugar del otro: entramos en el mundo del otro y vemos las cosas desde su punto de vista, le escuchamos y sentimos sus sentimientos. Pero esto no quiere decir que compartamos sus opiniones, ni que estemos de acuerdo con su manera de interpretar y vivir la realidad.
Según Goleman, la empatía comprende diferentes competencias. Conlleva ser sensible y comprender los puntos de vista de los demás; permanecer atento a las señales emocionales y tener una escucha activa. Supone el desarrollo de los otros: al reconocer y recompensar la fortaleza y los logros de los demás establecemos un feed-back en el cual la crítica y el aplauso se utilizan como una balanza a favor de la otra persona. (El desarrollo de los otros también ha sido denominado como el "efecto Pigmalión": promovemos esperanzas positivas y permitimos determinar las propias metas, ofreciendo seguridad y confianza a las personas que nos rodean).
Cuando somos empáticos, aprovechamos la diversidad, es decir, respetamos y sabemos relacionarnos con personas de diferente índole, entendiendo la diversidad como una gran oportunidad para vivir juntos. Para ello debemos afrontar los prejuicios, los estereotipos y la intolerancia. Además, desarrollamos nuestra conciencia política: somos capaces de advertir e interpretar con facilidad las relaciones emocionales del grupo de manera interna o externa (desde dentro o fuera dl grupo). Las personas que disponen de una rica red de relaciones suelen reconocer y comprender perfectamente lo que ocurre a su alrededor.
Pero, ¿cómo desarrollamos la empatía? Al igual que ocurre con la mayoría de las habilidades, no basta con entender al otro, hay que demostrarlos. El otro percibe que se le comprende cuando nos disponemos física y psicológicamente a prestar atención a los mensajes centrales de su discurso y nos mantenemos alerta a sus gestos corporales como tensión, resistencia y aceptación. También, cuando mantenemos la cordialidad sin evadir los temas importantes que surgen durante la conversación, demostramos que le seguimos en su pensar y que estamos dispuestos a conversar los temas que él o ella considera importantes. Le expresamos por medio de nuestro propio estilo verbal y afectivo que hemos entendido su mensaje y cómo nos llega. Prestamos atención a su respuesta, considerando sus señas corporales que confirman o niegan la exactitud de nuestro entendimiento del mensaje. En todo momento nos cuidamos de no evaluarlo, juzgarlo o descalificarlo. Intentamos comprenderlo poniéndonos en su lugar, para ver la situación desde su perspectiva y entenderla. Si hay algo que a él le resulta preocupante y a nosotros no, nos interesamos entonces en entender por qué él lo siente así...
Y decimos que realizamos una escucha activa cuando escuchamos con atención y concentración al interlocutor, lo cual nos capacita para sintetizar lo que él ha dicho; así la otra persona se siente bien interpretada. Es activa en el sentido de que el interés y la concentración que despliega el funcionario en escuchar al otro se refleja en acciones no verbales, como asentir con la cabeza, mirar a los ojos, etc.
(Muñoz Redón J. y Güell Barceló M. Historia de la filosofía. 2º Bachillerato. Programa Praxis. Competencias para el siglo XXI. Editorial Octaedro. Barcelona. 2009).