La moral de Kant es una moral totalmente individualista: “Yo debo proceder así porque me lo pide la ley moral que llevo en mi pecho” Y no puede haber nada más; lo único es la buena voluntad y el deber, en sí mismos, independientemente de todos los sentimientos, de que haya otros hombres, de que haya sociedad, de toda relación humana con la realidad, de que exista la comunidad, de nada.
Es partidario de esa lapidaria frase; fiat iusticia, pereat mundus: “diga yo la verdad que llevo en mi pecho, la verdad que debo decir, aunque se muera Fulano de tal, o perezca el mundo entero” Kant se repliega a la propia intimidad absolutamente personal y obedece a una ley interior, la máxima de la propia buena voluntad. Es una moral que no tiene nada de comunitaria.
Kant viene a decir: “Si yo soy bueno por inclinación, porque esa chica me tiene loco y soy capaz de hacer por ella lo que sea; si estudio por sacar buenas notas, o por una satisfacción a mis padres; si me porto bien con mis amigos; si hago la vida agradable a mis hijos, entonces no soy bueno. Eso no tiene ningún mérito; todo lo que hago lo tengo que hacer por deber, de manera absolutamente fría, y dejando de lado mi inclinación. Si entonces me porto con esa chica igual que con este señor por el que no tengo ninguna inclinación ni simpatía, entonces es cuando me comporto verdaderamente bien. Lo que se hace por inclinación natural no es moral.
Se sitúa, así, a años luz de distancia de unos sentimientos espontáneos, vitales. Lo que nos constituye como seres humanos, dice él, es la buena voluntad, el sentido del deber. Lo que es por inclinación nos asemeja al mundo de los animales.
El criterio supremo de la moral es el deber por el deber.
¿Es posible que un hombre real, concreto, de carne y hueso, históricamente determinado, pueda actuar éticamente sólo por la razón, sólo por la buena voluntad? ¿Se puede prescindir completamente de la realidad del hombre como ser que tiene sentimientos? ¿Se puede aislar uno casi completamente de la realidad que le rodea y sólo mirarse a sí mismo? ¿Se puede decir que el que no actúa sólo por deber no puede tener una conducta, una actuación ética correcta?
2. La ética kantiana va contra los sentimientosEl rigorismo de su ética lleva a Kant a sostener que una acción sólo se cumple por deber, únicamente en el caso en que nuestras inclinaciones sean contrarias a esa acción.
Ejemplo: No sería ético atender por deber a nuestros hijos o a nuestros amigos, porque tal es la inclinación natural que tenemos hacia ellos. Eso es lo mismo que hacen los animales, dice Kant. En este caso, actuamos no por deber, sino por afecto a estas personas. No reconoce que el afecto, la amistad, sea también un deber; se trata sólo de una inclinación.
Kant menosprecia la influencia de nuestras inclinaciones naturales, nuestros sentimientos, en las decisiones del acto moral; sólo cuenta la razón, sólo cuentan los imperativos de la voluntad; el amor, la simpatía, la enemistad, el odio, etc., que tengamos a las personas, no deben contar.
He aquí la crítica que le hacen los filósofos Schopenhauer (1788-1860) y Bertrand Russell (1872-1970).
Ese principio ético, elemental, de no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti (la regla de oro), es traducible, en términos kantianos, a ese otro imperativo categórico “debemos tratarnos a nosotros mismos y a los demás siempre como fines y nunca como medios”; tampoco esto puede convertirse en regla moral.
Ejemplo: Un criminal podría recordar esta regla de oro al juez que le va a condenar a diez años de prisión: “Si no quieres que los demás te condenen a ti, tú no debes condenar nunca a los demás”. Podría decir el delincuente al juez.
Además, arguye Russell contra Kant, no es éste un imperativo categórico, sino solamente hipotético; se podría traducir así; si quieres que el prójimo te trate bien, no le hagas daño, trátale bien. Y la ley moral única es el imperativo categórico, absoluto.
3. Argumentos contra la ética formal kantianaLos argumentos de Max Scheler (1874-1928) van en esta línea. Dice que Kant confunde a priori con formal y con racional; para este autor existe un a priori que se capta intuitiva y emocionalmente, que no es de la sola razón; se trata de otro factor distinto: el valor.
Se puede decir que el valor se traduce en intuiciones éticas que tenemos todos y que hacen posible una ética material a priori; es decir, sus principios son evidentes, y no son comprobables ni demostrables, son a priori; tampoco se pueden rechazar por la razón, la inducción o la observación.
Junto a la lógica de la razón, este autor admite la lógica del corazón; iría en la línea de Pascal (1623-1662): “el corazón tiene razones que la razón no comprende”.
Nicolai Hartman (1882-1950) afirma que la universalidad de la ley moral no es algo que sea necesariamente formal, no es algo que tenga que estar vacío de contenido; la ley moral puede tener un contenido sin perder su naturaleza a priori; el error de Kant consiste en confundir “material” con “empírico”. La ética material no tiene por qué extraerse de la experiencia; también puede ser a priori.
El formalismo de Kant se basa en un personalismo (subjetivismo), y Kant pretende que sea una especie de personalismo-subjetivismo trascendental. Todo lo de Kant es siempre muy subjetivo y muy individualista, y a esto quiere añadirle que sea a priori, independiente de la experiencia y, al eliminarla, el formalismo pierde sentido; confunde a priori con racional, como sostiene Scheler.
También rechaza, con Kant, las éticas heterónomas, de fines y empíricas; cree que está en lo cierto al sostener que la cualidad moral de un acto no depende de las consecuencias que tenga. Tiene valor, entidad, en sí mismo.
4. Limitaciones de la ética kantianaLa crítica filosófica no es fácil. Sin embargo, la mayoría coincide en señalar la falta de contenido de la norma kantiana, es decir, que queda reducida a una mera fórmula racional, desconectada de hecho de la realidad.
Por una parte, la coherencia filosófica de Kant es indudable desde el punto de vista lógico; nada se le puede reprochar. Su ética a priori se encuentra en la misma dirección que la Crítica de la razón pura: los juicios sintéticos a priori.
Por otra parte, una norma, una ley o un imperativo no serían morales si no son universalizables (que se puedan extender a todos los hombres), según Kant; la universalidad de la ley moral está asociada con su carácter necesario y apodíctico. Pero estas características de la ley moral, de hecho, vuelven la espalda a la realidad, a la experiencia, vacían de contenido al imperativo. Entre realidad y ley ética hay una enorme distancia.
No se puede alcanzar la universalidad por la experiencia; toda norma, toda ley, es concreta; en cuanto intente universalizarse, admite excepciones y deja de ser universal.
Ejemplo: “No matarás” admite la excepción de la defensa propia, de los que creen en la guerra justa, en la pena de muerte, etc. La norma se puede universalizar “lógicamente” pero quizá no en la realidad.
Ejemplo: El “egoísmo” es uno de los casos en que la norma es universalizable; desde luego, no admite excepciones: todos somos egoístas; pero, sin embargo, no sería moral. La razón que da Kant es poco consistente, pues supone precisamente el egoísmo: “ayudo a los demás porque en algún momento puedo necesitar su ayuda”; ayudar a los demás para romper el egoísmo se vuelve también egoísta; porque el rechazo del egoísmo se basa en una razón de conveniencia egoísta: hoy por ti, mañana por mí.
Otro problema: ¿se puede mentir en el caso de que nos obliguen a hacerlo, cuando de nuestra respuesta depende que se cometa un asesinato?
Kant llega a afirmar que sería inmoral mentir a un asesino que nos preguntara dónde está el amigo que se ha refugiado en nuestra casa: Fiat veritas, pereat mundus.
Y dice textualmente: “Decir la verdad cuando no podemos callar es un deber formal que tiene el hombre con sus semejantes, cualesquiera que sean los inconvenientes que pudiera ocasionarse a sí mismo o a sus semejantes”.
Se trata de un solipsismo moral: el no tener ningún contacto con la realidad le hacer perder perspectiva ética; hay valores superiores que difícilmente se podrán subordinar a otros inferiores; el valor de la vida humana es superior en sí mismo a otro valor de diferente calidad. La ética debe resolver el conflicto entre valores superiores.
5. Otros problemasKant se encuentra prisionero de una psicología un tanto simplista; su ética supone una psicología en que la personalidad se divide en sensibilidad, razón y voluntad; la voluntad contempla la lucha que se da entre la sensibilidad y la razón; la sensibilidad tiende hacia el mal, y la razón señala el camino del bien.
Este humanismo tan simple no sería un humanismo, por faltarle el núcleo de todo humanismo moderno, como es la unidad orgánica de la personalidad humana; él divide a la persona en esas tres facultades (sensibilidad, voluntad y razón), pero no integra sus cualidades en la unidad de la personalidad humana.
Los problemas éticos no son tan sencillos; no se trata de una lucha entre la sensibilidad y la razón, o entre el deber y las inclinaciones naturales; tienen una base problemática mucho más compleja y difícil de analizar; por otro lado, ordinariamente, el conflicto se suele plantear entre dos deberes, entre dos valores que suelen estar siempre detrás de cada deber. Y lo que habría, tal vez, que detectar es el valor que entraña cualquier deber; y, una vez visto esto, analizar cuáles son los valores superiores y cuáles los inferiores (otros hablan de “jerarquía de valores”). Y ver claramente que la ética debería responder al conflicto que se suele dar entre valores superiores, entre libertad y vida, entre verdad y derechos de la persona, etc.
Kant mantiene una ética que es incapaz de resolver conflictos morales reales, y se puede decir que una teoría ética incapaz de solucionar conflictos reales humanos es una mala teoría. Quizá sea ésta la mejor crítica que le podemos hacer: el principio fundamental de la universalización de la máxima moral nada soluciona. Le falta también un factor muy importante: es incapaz de inspirar acciones valiosas; es mucho más un elemento prohibitivo, represivo, que un elemento dinamizador, inspirador de actuaciones creadoras.
6. La alternativa a la ética kantiana: el utilitarismoPocos años después de que Kant publicase sus escritos de ética surgió en el Reino Unido una corriente de pensamiento ético y político que se iba a constituir en una importante alternativa a la propuesta de Kant.
J. Bentham y su discípulo Stuart Mill sostuvieron la tesis de que el criterio fundamental para decidir sobre la moralidad de nuestras acciones es lo que ellos mismos llamaron principio de utilidad. Según este principio, debemos considerar moralmente buena la acción o la norma de cuya aplicación resulte el mayor placer y bienestar para el mayor número de personas posibles. De ahí el nombre de esta corriente de pensamiento.
El utilitarismo se opone a dos principios fundamentales de la ética kantiana:
*La defensa de la razón como fuente única del conocimiento moral, junto con su negativa a conceder importancia a la experiencia en este terreno.
*El hecho de que la valoración moral de una acción se encuentre al margen de las consecuencias que se deriven de ellas.
Los utilitaristas pretendían construir una ciencia de la moral empleando el mismo método científico que se había aplicado con éxito en las ciencias de la naturaleza. Por tanto, las leyes morales deben obtenerse de la experiencia, de la observación directa de la conducta humana, del mismo modo que las leyes naturales se formulan a partir de la observación de hechos naturales. Los únicos hechos observables en el dominio de la moral, a juicio de los utilitaristas, son la búsqueda de placer y la huida del dolor. Pero el ser humano, como ser social, debe buscar la felicidad de mayor número de personas. Por ello, el utilitarismo es un hedonismo social, porque conecta el bien moral con la búsqueda de un placer no individual.
Esta actitud del utilitarismo supone negar la existencia d entidades específicamente morales tales como la conciencia o el deber moral. Lo que inclina al sujeto a realizar o no una acción no es su conciencia o su sentido del deber, sino la expectativa de consecuencias placenteras o dolorosas de su decisión.
La felicidad es el fin último de toda conducta humana y en relación con ella se establece la bondad o maldad de una acción. Lo que se juzga son las acciones y sus consecuencias. El juicio que emitamos sobre ellas estará en función de su utilidad o falta de utilidad para alcanzar el fin propuesto.
Así, una acción es útil para la consecución de la felicidad si produce placer o evita dolor. Lo que cuenta para valorar moralmente una acción no es la voluntad o la intención del agente moral, sino el resultado de su acción, es decir, la cantidad de placer que produce o de dolor que evita.
Puesto que se ha de perseguir la mayor felicidad posible para el mayor número posible de seres humanos, cabe preguntarse: ¿por qué una persona se ve obligada a promover la felicidad general? Para responder a esta cuestión, Mill apela al sentimiento: “Los sentimientos y el gran poder que son capaces de ejercer en aquellos que han sido debidamente educados es algo probado por la experiencia”.
Las diferencias entre la ética kantiana y la utilitarista se pueden resumir en los siguientes puntos:
*Para el conocimiento moral Kant lo fía todo a la razón, mientras que los utilitaristas, en cambio, conceden gran importancia a la experiencia.
*El fundamento de la moral kantiana se encuentra en la relación que la acción guarda con el deber, mientras que para los utilitaristas hay que buscar ese fundamento en el principio de utilidad.
*El utilitarismo sostiene que la bondad moral depende de las consecuencias que se derivan de la norma o la acción que se realiza. Para Kant, sin embargo, dicha bondad solo depende de la voluntad del agente.
*Los utilitaristas conceden gran importancia al sentimiento de empatía que impulsa a buscar la felicidad colectiva. Kant, por su parte, considera que hacer depender la moral de los sentimientos supone una pérdida de autonomía del sujeto.
(Francisco Ríos Pedraza. H. de la Filosofía 2 Bachillerato. Edit. Oxford. Madrid. 2023 AA.VV. Kant. Uso teórico y uso práctico de la Razón. Edit. Alhambra. Madrid. 1995)