Los psicólogos están interesados no solo en cómo recordamos y olvidamos cosas que han sucedido, sino también en que seamos capaces de acordarnos de cosas que nunca pasaron (lo que se conoce como falsos recuerdos).
En 1974, la psicóloga Elizabeth Loftus realizó un experimento en el que a los participantes se les mostraba un video de un accidente de coche. Les podían tocar, aleatoriamente, colisiones a 32km/h, a 48km/h o a 64km/h. A continuación, tenían que rellenar un cuestionario en el que se les preguntaba: “¿A qué velocidad iban aproximadamente los coches cuando se estrellaron?”. La pregunta era siempre la misma, pero se cambiaba el verbo que describía ek accidente entre estrellarse, chocar, colisionar, impactar o golpear. Si los participantes se hubiesen basado en la velocidad real del vehículo para realizar sus conjeturas, lo normal habría suido que la cifra fuese baja en el caso de las colisiones a menor velocidad. Sin embargo, los resultados indicaron que era la palabra utilizada para describir los choques (como estrellarse o golpear) lo que auspiciaba sus respuestas, más que la velocidad real.
Este experimento demuestra que la redacción de una pregunta puede crear falsos recuerdos. Hasta el más pequeño ajuste en su formulación puede conseguirlo: por ejemplo, si le preguntamos a alguien si ha visto “la” señal de stop en lugar de “una” señal de stop, haremos que el interrogado presuponga que había una señal de stop en la escena de la que está tratando de acordarse… y será más propenso a “recordar” haberla visto. De igual modo, si le preguntamos: “¿De qué tono de rojo era su vestido?”, asumirá que el vestido era rojo y “recordará” que era rojo. Y si la pregunta fuese: “¿Era muy alto el delincuente?”, en lugar de “¿cuánto medía?”, obtendríamos una altura mayor. Todo eso prueba lo fácil que es manipular los recuerdos.
(Dra Sandi Mann. La Biblia de la Psicología. Tú, este libro y la ciencia de la mente. Ediciones Gaia. Madrid. 2016)